De Jehová es la tierra y su plenitud; el mundo, y los que en él habitan. Salmo 24:1.
“En El Mes
Séptimo, a los diez días del mes”, en el Día de la Expiación,
sonaba la trompeta del jubileo. Por todos los ámbitos de la tierra, doquiera habitaran los judíos, se oía el toque que invitaba a todos los hijos de Jacob a que saludaran el año de la remisión.
En el gran Día
de la Expiación se expiaban los pecados de Israel, y con corazones llenos de regocijo el
pueblo daba la bienvenida al jubileo.
Como
en el año sabático, no se debía sembrar ni segar, y todo lo que produjera la tierra había de considerarse como
propiedad legítima de los pobres. Quedaban entonces libres ciertas clases de esclavos
hebreos: todos los que no recibían su libertad en
el año sabático.
Pero lo que
distinguía especialmente el año del jubileo era la restitución de toda la
propiedad inmueble a la familia del poseedor original.
Por indicación especial de Dios, las tierras
habían sido repartidas por suertes. Después de
la repartición, nadie tenía derecho a cambiar su
hacienda por otra.
Tampoco debía vender su tierra, a
no ser que la pobreza lo obligara a hacerlo, y aun en
tal caso, en cualquier momento que él o alguno de sus parientes quisiera rescatarla, el comprador no debía negarse a venderla; y si no se redimía la tierra, debía volver a su primer poseedor o a sus herederos en el año del jubileo...
Debía
inculcársele al pueblo el hecho de que la tierra que se le permitía poseer
por un tiempo pertenecía a Dios, que él era su dueño legítimo, su poseedor original, y que él quería que se le diera al pobre y al
menesteroso una consideración
especial.
Debía hacerse
comprender a todos que los pobres tienen tanto derecho como los
más ricos a un sitio en el
mundo de Dios.
Tales
fueron las medidas que nuestro Creador misericordioso tomó para aminorar el
sufrimiento e impartir algún rayo de esperanza y
alegría en la vida de los indigentes y angustiados. Historia de los Patriarcas y Profetas, 574, 575. [245]