ESTAMOS
viviendo en los postreros días, cuando la locura referente al matrimonio
constituye una de las señales de la próxima venida de Cristo. No se consulta a Dios en estos asuntos. La religión, el deber y los principios son
sacrificados para seguir los impulsos del corazón no consagrado. No debiera haber mucha ostentación y regocijo
por la unión de los cónyuges. Ni
siquiera hay un matrimonio de cada cien que resulte feliz, que lleve la sanción
de Dios y coloque a los cónyuges en una posición que les permita glorificarle
mejor. Las malas consecuencias de los
casamientos mal concertados son innumerables.
Se contraen por impulso. Rara vez
se piensa en considerar sinceramente el asunto, y se tiene por anticuado
consultar a los que tienen experiencia.
En lugar del
amor puro imperan el impulso y la pasión no santificada. Muchos ponen en peligro sus propias almas y
atraen sobre sí la maldición de Dios al entablar relaciones matrimoniales
simplemente para satisfacer su fantasía.
Me han sido mostrados los casos de algunos de los que profesan creer la
verdad y han cometido el gran error de casarse con personas incrédulas. Tenían la esperanza de que el cónyuge
incrédulo aceptaría la verdad; pero éste después de alcanzar su objeto se halla
más lejos de la verdad que antes. Y
luego empiezan los trabajos sutiles, los esfuerzos continuos del enemigo para
apartar al creyente de la fe.
Muchos están
perdiendo ahora su interés y confianza en la verdad porque se han relacionado
íntimamente con la incredulidad.
Respiran una atmósfera de duda y descreimiento. Ven y oyen a la incredulidad, y finalmente la
aprecian. Algunos tienen el valor de
resistir a estas influencias, pero en 575 muchos casos su fe queda
imperceptiblemente minada y finalmente destruida. Satanás ha tenido éxito en sus planes. Obró por medio de sus agentes de manera tan
silenciosa que las vallas de la fe y la verdad han sido vencidas antes que los
creyentes tuviesen la menor sospecha del lugar adonde iban.
Es algo
peligroso aliarse con el mundo. Satanás
sabe muy bien que la hora del casamiento de muchos jóvenes, tanto de un sexo
como del otro, cierra la historia de su experiencia religiosa y de su
utilidad. Quedan perdidos para
Cristo. Tal vez hagan durante un tiempo
un esfuerzo para vivir una vida cristiana; pero todas sus luchas se estrellan
contra una constante influencia en la dirección opuesta. Hubo un tiempo en que era para ellos un
privilegio y un gozo hablar de su fe y esperanza; pero luego llegan a no tener
deseo de mencionar el asunto, sabiendo que la persona a la cual han ligado su
destino no se interesa en ello. Como
resultado, la fe en la preciosa verdad muere en el corazón, y Satanás teje
insidiosamente en derredor de ellos una tela de escepticismo.
Llevar a los
excesos lo legítimo constituye un grave pecado.
Los que profesan la verdad pisotean la voluntad de Dios al casarse con
incrédulos; pierden su favor y hacen obras amargas, de las que habrán de
arrepentirse. La persona incrédula puede
poseer un excelente carácter moral; pero el hecho de que no haya respondido a
las exigencias de Dios y haya descuidado una salvación tan grande, es razón
suficiente para que no se verifique una unión tal. El carácter de la persona incrédula puede ser
similar al del joven a quien Jesús dirigió las palabras: "Una cosa te
falta" (Mar. 10: 21), y esa cosa era la esencial.
A veces se
arguye que el no creyente favorece la religión, y que como cónyuge es todo lo
que puede desearse, excepto en una cosa, que no es creyente. Aunque el buen juicio indique al creyente lo
impropio que es unirse para toda la vida con una persona incrédula, en nueve casos
de cada diez triunfa la inclinación. La
decadencia espiritual comienza en el momento en que se formula el voto ante el
altar; el fervor religioso se 576 enfría, y, se quebranta una fortaleza tras
otra, hasta que ambos están lado a lado bajo el negro estandarte, de
Satanás. Aun en las fiestas de boda, el
espíritu del mundo triunfa contra la conciencia, la fe y la verdad. En el nuevo hogar no se respeta la hora dé
oración. El esposo y la esposa se han
elegido mutuamente y han despedido a Jesús.
Al principio el
cónyuge no creyente no se opondrá abiertamente; pero cuando se presenta la
verdad bíblica a su atención y consideración, surge en seguida el sentimiento:
"Te casaste conmigo sabiendo lo que era, y no quiero que se me
moleste. De ahora en adelante quede bien
entendido que la conversación sobre tus opiniones particulares queda
prohibida." Si el cónyuge creyente manifiesta algún fervor especial
respecto de su propia fe, ello puede ser interpretado como falta de bondad
hacia el que no tiene interés en la experiencia cristiana.
El cónyuge creyente
razona que, dada su nueva relación, debe conceder algo al compañero que ha
elegido. Asiste a diversiones sociales y
mundanas. Al principio lo hace de muy
mala gana; pero el interés por la verdad disminuye, y la fe se trueca en duda e
incredulidad. Nadie habría sospechado
que esa persona que antes era un creyente firme y concienzudo que seguía
devotamente a Cristo, pudiese llegar a ser la persona vacilante y llena de
dudas que es ahora. ¡Oh, qué cambio realizó ese casamiento imprudente!
¿Qué debe hacer
todo creyente cuando se encuentra en esa penosa situación que prueba la
integridad de los principios religiosos?
Con firmeza digna de imitación debe decir francamente: "Soy
cristiano a conciencia. Creo que el
séptimo día de la semana es el día de reposo bíblico. Nuestra fe y principios son tales que van en
direcciones opuestas,. No podemos ser
felices juntos, porque si yo sigo adelante para adquirir un conocimiento más perfecto
de la voluntad de Dios, llegaré a ser más diferente del mundo y semejante a
Cristo. Si Ud. continúa no viendo hermosura en Cristo ni
atractivos en la verdad, amará al mundo, al cual yo no puedo amar, mientras yo
amaré 577 las cosas de Dios que Ud. no puede amar. Las cosas espirituales se disciernen
espiritualmente. Sin discernimiento
espiritual Ud. no podrá ver los derechos que Dios tiene sobre mí, ni podrá
comprender mis obligaciones hacia el Maestro a quien sirvo; por lo tanto le
parecerá que yo le descuido por los deberes religiosos. Ud. no será feliz; sentirá celos por el
afecto que entrego a Dios; y yo igualmente me sentiré aislado por mis creencias
religiosas. Cuando sus opiniones
cambien, cuando Ud. responda a las exigencias de Dios y aprenda a amar a mi
Salvador, podremos reanudar nuestras relaciones."
El creyente
hace así por Cristo un sacrificio que su conciencia aprueba, y demuestra que
aprecia demasiado la vida eterna para correr el riesgo de perderla. Siente que sería mejor permanecer soltero que
ligar sus intereses para toda la vida a una persona que prefiere el mundo a
Cristo, y que lo apartaría de su cruz.
Pero muchos no reconocen el peligro que entraña el conceder los afectos
a personas incrédulas. En las mentes
juveniles el matrimonio está revestido de romanticismo y es difícil despojarlo
de ese carácter que le presta la imaginación, para hacer que la mente comprenda
cuán pesadas responsabilidades entraña el voto matrimonial. Liga los destinos de dos personas con
vínculos que sólo la muerte puede cortar.
¿Podrá aquel
que busca gloria, honra, inmortalidad y vida eterna, unirse con otra persona
que rehúsa alistarse con los soldados de la cruz de Cristo? Vosotros, los que profesáis elegir a Cristo
como vuestro Maestro y obedecerle en todas las cosas, ¿habréis de unir vuestros
intereses con personas regidas por el príncipe de las potestades de las
tinieblas? "¿Andarán dos juntos, sí
no estuvieron de concierto?" "Si dos de vosotros se convinieren en la
tierra, de toda cosa que pidieron, les será hecho por mi Padre que está en los
cielos." (Amós 3: 3; Mat. 18: 19.) ¡Pero cuán extraño es el espectáculo!
Mientras una de las personas tan íntimamente unidas se dedica a la oración, la
otra permanece indiferente y descuidada; mientras una busca el camino que lleva al cielo a la vida eterna la otra
578 se encuentra en el camino anchuroso que lleva a la muerte.
Centenares de
personas han sacrificado a Cristo y el cielo al casarse con personas
inconversas. ¿Pueden conceder tan poco valor al amor y a la comunión de Cristo
que prefieren la compañía de pobres mortales? ¿Estiman tan poco el cielo que
están dispuestos a arriesgar sus goces uniéndose con una persona que no ama al
precioso Salvador?
La felicidad y
prosperidad de la vida matrimonial dependen de la unidad de los cónyuges. ¿Cómo
puede armonizar el ánimo carnal con el ánimo que se ha asimilado el sentir de
Cristo? El uno siembra para la carne,
piensa y obra de acuerdo con los impulsos de su corazón; el otro siembra para
el Espíritu, tratando de reprimir el egoísmo, vencer la inclinación propia y
vivir en obediencia al Maestro, cuyo siervo profesa ser. Así que hay una perpetua diferencia de gusto,
inclinación y propósito. A menos que el
creyente gane al impenitente por su firme adhesión a los principios cristianos,
lo más común es que se desaliente y venda esos principios por la compañía de
una persona que no está relacionada con el Cielo.
Dios prohibió estrictamente que su antiguo pueblo formase alianzas matrimoniales con otras naciones. Se arguye ahora que esta prohibición tenía por objeto evitar que los hebreos se casasen con idólatras y se relacionasen con familias paganas. Pero los paganos estaban en una condición más favorable que los impenitentes de esta época, quienes, teniendo la luz de la verdad, se niegan, sin embargo, con persistencia, a aceptarla. El pecador moderno es mucho más culpable que los paganos, porque la luz del Evangelio resplandece claramente en derredor de él. Viola su conciencia y es deliberadamente enemigo de Dios. La razón que Dios alegó al prohibir estos casamientos era: "Porque apartarán a tus hijos de en pos de mí." (Deut. 7: 4, V.M.) Los antiguos hijos de Israel que se atrevieron a despreciar la prohibición de Dios, lo hicieron sacrificando los principios religiosos. Tomemos por ejemplo el caso de Salomón. Sus esposas apartaron su corazón de su Dios. 1JT/EGW 579