Cuando el corazón ha sido renovado por el Espíritu de Dios, el hecho se manifiesta en la vida. Al paso que no podemos hacer nada para cambiar nuestro corazón, ni para ponernos en armonía con Dios, al paso que no debemos confiar para nada en nosotros ni en nuestras buenas obras, nuestras vidas han de revelar si la gracia de 57 Dios mora en nosotros. Se notará un cambio en el carácter, en las costumbres y ocupaciones.
La diferencia será muy clara e inequívoca entre lo que han sido y
lo que son.
El carácter se da a
conocer, no por las obras buenas o malas que de vez en cuando se ejecutan, sino
por la tendencia de las palabras y de los actos en la vida diaria. Es cierto
que puede haber una corrección del comportamiento externo, sin el poder regenerador
de Cristo. El amor a la influencia y el deseo de la estimación de otros pueden
producir una vida muy ordenada. El respeto propio puede impulsarnos a evitar la
apariencia del mal. Un corazón egoísta puede ejecutar obras generosas.
¿De qué medio nos
valdremos, entonces, para saber a qué clase pertenecemos? ¿Quién posee nuestro
corazón? ¿Con quién están nuestros pensamientos? ¿De quién nos gusta hablar?
¿Para quién son nuestros más ardientes afectos y nuestras mejores energías?
Si somos de Cristo, nuestros pensamientos están con él y nuestros más gratos pensamientos son para él. Todo lo que tenemos y somos lo hemos consagrado a él. Deseamos vehementemente ser semejantes a él, tener su Espíritu, hacer su voluntad y agradarle en todo. Los que son hechos nuevas criaturas en Cristo Jesús manifiestan los frutos del Espíritu: “amor, gozo, paz, longanimidad, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, templanza". (Gálatas 5:22,23). CC57/EGW/MHP
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