EL
TIEMPO. Nuestro tiempo pertenece a Dios. Cada momento es suyo, y nos hallamos
bajo la más solemne obligación de aprovecharlo para su gloria. De ningún otro
talento que él nos haya dado requerirá más estricta cuenta que de nuestro
tiempo.
El
valor del tiempo sobrepuja todo cómputo. Cristo consideraba precioso todo
momento, así es como hemos de considerarlo nosotros. La vida es demasiado
corta para que se la disipe. No tenemos sino unos pocos días de gracia en, los
cuales prepararnos para la eternidad.
No
tenemos tiempo para perder, ni tiempo para dedicar a los placeres egoístas, ni
tiempo para entregarnos al pecado. Es ahora cuando hemos de formar caracteres
para la vida futura e inmortal. Es ahora cuando hemos de prepararnos para el
juicio investigador.
Apenas
los miembros de la familia humana han empezado a vivir, cuando comienzan a
morir, y la labor incesante del mundo termina en la nada a menos que se obtenga
un verdadero conocimiento respecto a la vida eterna. El hombre que aprecia el tiempo
como su día de trabajo, se preparará para una mansión y una vida inmortales.
Vale la pena que él haya nacido.
Se
nos amonesta a redimir el tiempo. Pero el tiempo desperdiciado no puede
recuperarse jamás. No podemos hacer retroceder ni un solo momento. La única
manera en la cual podemos redimir nuestro tiempo es aprovechando lo más posible
el que nos queda, colaborando con Dios en su gran plan de redención.
En aquel que hace esto se efectúa una transformación 278 del carácter. Llega a ser hijo de Dios, miembro de la familia real, hijo del Rey celestial. Está capacitado para ser compañero de los ángeles. PVGM
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