Los padres no han enseñado a sus hijos los preceptos de la ley como Dios les ha ordenado. Los han educado en hábitos egoístas. Les han enseñado a considerar sus cumpleaños y sus días de fiesta como ocasiones en que esperan recibir regalos, y a seguir los hábitos y las costumbres del mundo.
Estas ocasiones, que deberían servir para aumentar el conocimiento de Dios y despertar la gratitud del corazón por la misericordia y el amor del Señor al preservar la vida por otro año, han sido convertidas en ocasiones para agradarse a sí mismo, para la complacencia y la glorificación de los hijos.
Ellos han sido guardados por el poder de Dios a través de todo momento de su vida, y sin embargo, los padres no enseñan a sus hijos a pensar en esto, y a expresar su gratitud por su gracia hacia ellos. Si los niños y jóvenes hubieran sido debidamente instruidos en esta edad del mundo, ¡qué honor, qué alabanza y acción de gracias fluirían de sus labios hacia Dios! ¡Qué recolección de pequeños dones provendría de las manos de los pequeñuelos para ser colocada en la tesorería como ofrenda de gratitud! Dios sería recordado en lugar de ser olvidado.—The Review and Herald, 13 de noviembre de 1894. COES 159
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