Amado hijo: Te escribo esto en ocasión de tu decimonovenito cumpleaños.
Nos ha sido un placer tenerte con nosotros por algunas semanas. Estás ahora por
dejarnos, pero nuestras oraciones te seguirán.
Hoy termina otro año de tu vida. ¿Cómo puedes considerarlo al echar
sobre él una mirada retrospectiva? ¿Has progresado en la vida divina? ¿Has
crecido en espiritualidad? ¿Has crucificado el yo con sus afectos y
concupiscencias? ¿Te interesa más el estudio de la Palabra de Dios? ¿Has
obtenido victorias decisivas sobre tus propios sentimientos y carácter díscolo,
o, cuál ha sido el registro de tu vida durante el año que acaba de pasar a la
eternidad para nunca más volver?
Al entrar en un nuevo año, hazlo con la ferviente resolución de
dirigirte hacia adelante y hacia arriba. Sea tu vida más elevada y más exaltada
de lo que jamás ha sido. Proponte no buscar tu propio interés y placer, sino
hacer progresar la causa de tu Redentor. No permanezcas en una posición donde
necesites ayuda, donde otros tengan que guardarte para conservarte en el camino
estrecho. Puedes ser fuerte para ejercer en otros una influencia santificadora.
Puedes hallarte donde el interés de tu alma se despierte para hacer bien a
otros, para consolar a los entristecidos, fortalecer a los débiles y dar tu
testimonio por Cristo siempre que se presente la oportunidad. Ten por blanco
honrar a Dios en todo, siempre y por doquiera. Entreteje tu religión en todo.
Sé cabal en cuanto emprendas.
No has experimentado el poder salvador de Dios como es tu privilegio
hacerlo, porque no has hecho del deseo de glorificar a Cristo el gran blanco de
tu vida. Sea para gloria de Dios cada resolución que tomes, cada trabajo que emprendas,
cada placer que disfrutes. Sea éste el lenguaje de tu corazón: Yo soy
tuyo, oh Dios, para vivir por ti, trabajar para ti y sufrir por ti.
Muchos profesan estar del lado del Señor, sin estarlo; el peso de todas
sus acciones está en favor de Satanás. ¿Por qué medios determinaremos en qué
lado estamos? ¿Quién posee el corazón? ¿Con quién están nuestros pensamientos?
¿Acerca de quién conversamos con deleite? ¿A quién dedicamos nuestros más
cálidos afectos y nuestras mejores energías? Si estamos del lado del Señor,
nuestros pensamientos están con él, y nuestras reflexiones más dulces se
refieren a él. No trabamos amistad con el mundo; hemos consagrado a Dios todo
lo que tenemos y somos. Anhelamos llevar su imagen, respirar su espíritu, hacer
su voluntad y agradarle en todo. EGW/1JT 237, 238.
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