Los padres
deben criar, educar y preparar a sus hijos en hábitos de autocontrol y
abnegación. Siempre deben mantener ante ellos sus obligaciones de obedecer la
Palabra de Dios y de vivir con el propósito de servir a Jesús. Deben enseñar
a sus hijos que es necesario vivir de acuerdo con hábitos sencillos en la vida
diaria y evitar vestidos costosos, un régimen de alimentación caro, casas
costosas y muebles caros. Los términos según los cuales la vida eterna será
nuestra, se establecen en estas palabras: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu
corazón... y a tu prójimo como a ti mismo”.
Los padres no
han enseñado a sus hijos los preceptos de la ley tal como Dios les ha ordenado.
Los han educado en hábitos egoístas. Les han enseñado a considerar sus
cumpleaños y días feriados como ocasiones cuando deben esperar recibir regalos
y seguir los hábitos y las costumbres del mundo. Esas ocasiones que deberían
servir para aumentar el conocimiento de Dios y para despertar agradecimiento en
el corazón por su misericordia y amor manifestados en la preservación de sus
vidas durante otro año, se convierten en ocasiones para agradarse a sí mismos,
para la gratificación y la glorificación de sus hijos. Han sido guardados por
el poder de Dios en cada momento de su vida, y sin embargo los padres no
enseñan a sus hijos a pensar en esto, y a expresar agradecimiento por su
misericordia hacia ellos.
Si los niños
y los jóvenes hubiesen sido debidamente instruidos en esta época del mundo,
¡qué honor, alabanza y agradecimiento fluiría de sus labios hacia Dios! ¡Qué
cantidad de pequeños donativos llevarían las manos de los pequeños a la
tesorería como ofrendas de agradecimiento! Dios sería recordado en vez de ser
olvidado.
No sólo en
los cumpleaños deberían los padres y los hijos recordar las misericordias del
Señor en una forma especial, sino también los días de Navidad y Año Nuevo
deberían ser ocasiones cuando cada hogar debiera recordar a su Creador y
Redentor. En lugar de ofrecer regalos y donativos abundantes a los seres
humanos, la reverencia, el honor y la gratitud deberían ofrecerse a Dios, y los
regalos y las ofrendas debieran fluir por el conducto divino. ¿No le
agradaría al Señor que se lo recuerde en esta forma? ¡Oh, cómo ha sido olvidado
Dios en estas ocasiones!...
Cuando
tengáis un día feriado, convertidlo en un día agradable y feliz para vuestros
hijos, y haced que también sea un día agradable para los pobres y los
afligidos. No permitáis que transcurra el día sin llevar ofrendas de
agradecimiento y gratitud a Jesús. Que los padres y los hijos realicen ahora un
esfuerzo ferviente para redimir el tiempo y para remediar su pasado descuido.
Que manifiesten una conducta diferente de la que tiene el mundo.
Hay muchas
cosas que pueden prepararse con buen gusto y que cuestan mucho menos que los
regalos innecesarios que con tanta frecuencia se dan con abundancia a nuestros
hijos y parientes, y en esa forma también puede manifestarse cortesía y
llevarse felicidad al hogar. Podéis enseñar una lección a vuestros hijos
mientras les explicáis la razón por la que habéis realizado un cambio en el
valor de sus regalos, diciéndoles que estáis convencidos que hasta ahora
habíais considerado más su placer que la gloria de Dios. Decidles que en lugar
de considerar el adelantamiento de la causa de Dios, habíais tomado en cuenta
más vuestro propio placer y la gratificación de ellos, y que habíais procurado
manteneros en armonía con las costumbres y tradiciones del mundo al ofrecer
regalos a quienes no lo necesitaban.
Tal como los sabios de la antigüedad, podéis ofrecer a Dios vuestros mejores donativos y manifestarle mediante vuestras ofrendas que apreciáis su Don hecho a un mundo pecador. Haced que los pensamientos de vuestros hijos corran por un nuevo canal, sin egoísmo, incitándolos a presentar ofrendas a Dios por el don de su Hijo unigénito.
The Review and Herald, 13 de noviembre de 1894. CMC
309-311.
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